Acabo
de tomar una copa de vino, comer un par de aceitunas, un poco de queso y jamón
que encontré por ahí. Al menos esta es una de las cosas agradables que quedan
después de las fiestas familiares, sobre todo cuando la reunión se efectúa en
tu casa ¿Salomón, qué hora tenemos? ¡Ah, las diez! es un poco tarde, no mucho,
pero en un sábado como estos, en los que no salimos, porque no hay planes,
porque nos da pereza, entre otras razones (hace un tiempo aprendí en la clase
de escritura académica, que no se debería utilizar el etcétera, es preferible
utilizar la frase entre otros/as) es la hora perfecta para irse a la cama o ver
una película hasta quedarse dormido.
En
vez de eso, decidí transcribir todas – o al menos una parte de– las citas
bibliográficas de algunos de mis libros preferidos. Al
darme cuenta de que no disponía de una memory
flash cambié de opinión; pero antes de eso, divisé la empolvada máquina de
escribir en el cuarto de estudio, y me aventuré a escribir; sin embargo, fue inútil, y descubrí por qué la maestra de
mecanografía tenía razón al ponerme calificaciones no tan buenas en su materia.
Qué gracioso, es sorprendente cómo las cosas llegan a ti con un aviso, casi
imperceptible, pero un aviso; tal vez no me entiendan, tal vez sí.
Cuando
vi la máquina de escribir, me acordé de Paula, ella comentaba que hace poco
había visto una carta de su amiga, escrita hace mucho tiempo, a máquina, y fue
como un flashback muy raro para mí;
pero entendí que ese era el aviso para la situación de hoy. En fin, el punto es, que la inspiración/ganas
de escribir/vida noctámbula/ llegan en momentos cuasi inoportunos, pero llegan,
eso es lo importante. Si no, imagínense, ¿que estaría haciendo yo en vez de
escribir este montón de oraciones sin sentido?