Hoy es veinte de diciembre y, seguramente, no volveré a vivir un día exactamente igual a hoy. No voy a vivir un día exactamente igual, porque es muy probable que el próximo año en esta misma fecha no vaya a estar reunida en el mismo lugar con las mismas personas. No voy a abrazar a los mismos adolescentes tan llenos de vida y apasionados por la música y el arte, que buscan las mejores formas de expresarse y de sentirse vivos, con esas ganas de demostrarle al mundo quiénes son y lo que valen. No veré sus mismos rostros, alegres, no sólo por un día libre que inaugura oficialmente sus vacaciones de navidad, sino porque es el último día que van a pasar este año juntos, y parte del último mes que compartiremos risas, conversaciones, música, pensamientos filosóficos, discusiones y sentimientos colectivos. Hoy pude sentirme adolescente de nuevo y pude sentirme parte de su vida. Al sentirme parte de su vida, se me hace mucho más difícil dejar este espacio. De vuelta en este nuevo año, de seguro tendré nuevas experiencias y oportunidades, conoceré a personas nuevas, pero esas personas no podrán reemplazar jamás a cada una de las mentes que han trabajado conmigo en este tiempo, ni podrán sustituir ese cariño que poco a poco se ha ido gestando entre nosotros a lo largo de los meses que he recorrido el camino de ser maestra. Este sentimiento de cariño incondicional correspondido en cada sonrisa, abrazo y palabra, es verdadero y profundo. No saben cuánto voy a extrañar entablar conversaciones con ellos, no saben cuántos recuerdos me llevo de cada día que he pasado a su lado, no saben cuánto recordaré de lo que no viviré este día el año próximo. Pero lo que sí saben, es que siempre serán mis quintos cursos, y siempre siempre, están en mi.
A mis estudiantes.