No había adquirido el arma, hasta entonces. En el cuarto no había más que el reproductor de VHS, deteriorado por el gran uso que hacía de él; la televisión, no recuerdo la marca ni mucho menos; mi cama, en realidad un colchón que apenas avanzaba para que yo entrara allí, y la mesa de noche que contenía mis libros preferidos.
Era un día de esos en los que normalmente no hacía nada; solo me limitaba a escuchar mis discos de vinil de los Beatles. Siempre lo admiré, fue, en cierta manera, mi padre espiritual en la música. Todavía me asaltaban aquellos pensamientos respecto a la novela que había leído el otro día; quería darle un final más significativo a la historia, quería ser yo quien acabara por responder a la pregunta sobre los patos.
Encendí un cigarrillo, sumido en el vacío de la tarde, en aquella ciudad en la que nunca sentí encajar. No lo terminé, lo dejé para después. Me sentía un ente, un fantasma, estaba solo en medio de mucha gente.
Cuando prendí el televisor, todo el mundo hablaba de él, no había un solo canal que no reprodujera algo suyo; estaba totalmente bombardeado de imágenes, y recordé que esa mañana había comprado el nuevo disco; fue entonces cuando me decidí a buscar mi final, a reclamar mi destino.
Me hacía falta una pieza en el rompecabezas que trataba de construir en el laberinto de mi mente, creo que esa pudo haber sido la única forma de encontrarla; no hallo otra hasta el momento, y finalmente, ¿la encontré, encontré la respuesta?, ahora sé a dónde van los patos en invierno: no van a ninguna parte.
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