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jueves, 10 de septiembre de 2015

El inmenso poder de la música de Da Pawn, La Máquina Camaleön y Pastizales



 La música fue creada con el propósito de transportarnos a lugares incógnitos de nuestro ser o nuestra mente; sin embargo, aunque muchos se consideren profetas de esta noble arte, son pocos quienes logran conectarnos con lo que somos y no vemos. Puedo citar ejemplos concretos de músicos excelentes, desde el género clásico hasta el Hard Rock, pero esa no es mi intención en este momento; mi propósito es reconocer y elogiar a tres bandas que han establecido claramente su estilo y su filosofía: Da Pawn, La Máquina Camaleön y Pastizales. Las reconozco como bandas claves de la escena musical de mi país, por la sencilla razón de que me han conmovido, sus canciones me han erizado la piel, me han hecho regresar a momentos importantes de mi vida, recobrar mi energía, llorar mientras enciendo un cigarrillo, revivir peleas con mi alter ego, existir de verdad. Algunas veces no podemos hacer nada más que dejar ir; sin embargo, hoy, no puedo dejar ir a estas ganas de confesar mi gusto (la verdad casi obsesión) por las voces y los instrumentos de Felipe Andino (Quito), Bernardo Arévalo (Cuenca), Rodrigo Capello, Martín Erazo, Mateo González, Martin Flies, Felipe Lizarzaburu, Alejandro Naranjo, Pedro Ortiz, Fernando Procel, Mauro y Martín Samaniego (Quito).

                                                                                                          Es interesante cómo, en  sus canciones puedo disfrutar de mi soledad, coincidir con que definitivamente hay “misterios que los hombres no podrán desentrañar”, identificarme plenamente con el lema del Carpe Diem, con una expresión tan concreta y simple (porque lo mejor de la vida siempre serán las cosas simples): “Hoy sólo pienso en hoy” o sentir que me describen el momento de una creación que “aleja las arenas de la noche”, o bien se encuentra eternamente bendecida por el noctambulismo, la catarsis que lo cura todo, al fin y al cabo: “La vista nocturna se desvanece siempre al final”,  y es que, después de convencerme de que la respuesta a la verdad está dentro de mí y sólo debo encontrarme con ella, muchos enigmas se me han resuelto y, si pudiera decirle algo a mi yo interno, sería muy parecido a: “quiero que me esperes, seguiré en la ruta”.

  La palabra puede ser una pluma o una navaja, depende de cómo utilicemos esta arma, imagínense entonces el poder de la música, de esta música que me cuenta un secreto a voces, me dice que después de todo “no importan los días que se lleva el tiempo”, sino lo que éste nos deja prendido en la memoria, ya sean los errores “que nunca debimos cometer más de dos veces” como también el comprender que al “destruir lo que siempre nos ha sobrado” nos hará sentir libres al fin, salir a buscarnos en el bosque, en las sombras de las casas, bajo un cielo siempre distinto. Sólo me queda decirles G-R-A-C-I-A-S. Muchas gracias por demostrarme que la música no tiene nacionalidad, que traspasa cualquier lugar y frecuencia, que llega justo cuando debe, nos salva y sobre todo, que nos hace crecer. 

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