sparks
Charlie y Luna supieron al fin por qué los juegos pirotécnicos eran tan especiales aquella noche sin estrellas, con el cielo azul petróleo sobre sus cabezas y las gotas de luz cayendo a su lado mientras el resto de la gente corría esquivándolos.
Aquella mañana la idea de escapar por la noche a la fiesta de Corpus Christi era la mayor ilusión de Charlie. Casi nunca había podido ir, ya que a su madre sólo le interesaba pasar por dulces e inmediatamente ir a casa, no le gustaban las multitudes ni los espectáculos; cuando Charlie le pedía que lo dejara ir sólo, ella, sobre protectora como siempre, se lo impedía; prometía llevarlo consigo el año siguiente, sin embargo inventaba pretextos al llegar la hora de la verdad. Así que Charlie decidió salir por la puerta de la cocina esa noche, y se puso de acuerdo con Luna, su mejor amiga, para encontrarse en el parque que daba a la vuelta del barrio e irse.
Una vez fuera, corrieron hasta llegar a la avenida que quedaba un poco lejos de sus casas, donde las vecinas chismosas no podrían verlos, tenían que apresurarse, porque el último castillo se quemaba a las doce, y faltaban menos de treinta minutos para eso. Siguieron corriendo, aunque ninguno de los dos sabía por qué se tomaron de la mano, fue algo involuntario.
Llegaron un poco después de haber empezado el espectáculo, cuando todas las pupilas reflejaban simultáneamente los destellos que cada vez se hacían más pequeños, entre rojos, amarillos y naranjas, muy pocos azules y ninguno violeta.
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