Cuando vi las gotas que, por supuesto no eran de vino, en la segunda grada, comprendí que no había sido mi imaginación; efectivamente se trataba de mí. Sólo recuerdo de aquella noche, la última partida de Damas Chinas, y la copa de canelazo que empezaba a enfriarse.
Habíamos decidido quedarnos en casa y relajarnos. Llamamos a un grupo de amigos y organizamos un campeonato de juegos de mesa. Poco a poco, llegaban y se disponían a desafiarse unos a otros mientras disfrutaban, a la vez, de la conversación general en torno a Baudelaire y la canción de Charly que reproducía el estéreo.
De repente, me encontré sentada en el balcón; supongo que desperté porque había comenzado a llover. Tuve un sueño extraño. Me decías que las suelte; que razone las consecuencias que traería el jugar con las tijeras.
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